La fase 1 es la de alarma o shock, porque en ella detectamos la situación que nos estresa. Son diversas las áreas, a nivel cerebral, que se activan en este momento: excitación de la sustancia gris periacueductal del tallo cerebral (te congela o paraliza en un primer momento); activación de la formación reticular del puente que aumenta el tono muscular (te permite huir o salir corriendo, en caso de ser necesario); y sucede una activación cortical porque, al estimularse la amígdala, el sistema noradrenérgico libera noradrenalina para llevar información al prosencéfalo (gracias a esto, puedes hacer una evaluación detallada del entorno y situación estresantes al establecer un estado de conciencia hiperaguda).
En esta primera fase sucede una descarga masiva de adrenalina y noradrenalina, que se traducen en aumento de los niveles séricos de glucosa por glucogenólisis y de la secreción de glucagon; aumento de la frecuencia y gasto cardíacos; aumento de la tensión arterial; midriasis y aumento en la sudoración (manos, pies y a nivel facial).
Como puedes ver, todo lo anterior te prepara para dar respuesta inmediata a una situación apremiante que está detonando el estrés. Usualmente, si el estresor está controlado, esta primera fase desaparece en cuestión de minutos y, en sujetos sanos, el cuerpo vuelve a la normalidad sin mayores consecuencias.
Si el estresor se prolonga, entonces, mente y cuerpo tienen que procurar darnos todas las herramientas para hacer frente a la amenaza o adaptarnos a ella; ésta es la fase 2 o de resistencia.
El hipotálamo produce una activación simpática y de la médula suprarrenal, para secretar adrenalina y noradrenalina hacia el torrente sanguíneo; también activa al eje hipotálamo-hipófisis-adrenal.
El hipotálamo sintetiza y secreta la hormona liberadora de corticotropina (CRH) a la sangre del sistema portal hipotálamo-hipófisis. La CRH actúa sobre la adenohipófisis estimulando la síntesis y secreción de la adrenocorticotropina (ACTH), que interviene en la zona fascicular de la corteza suprarrenal, para aumentar los niveles de cortisol.
Habitualmente, estamos protegidos de un exceso de cortisol, por un mecanismo de retroalimentación negativa a nivel hipofisiario e hipotalámico. Pero, en una reacción de estrés hay hiperactivación del eje de estimulación CRH-ACTH-cortisol y esto da una secreción de cortisol más prolongada, generando eventualmente diversos daños, entre ellos, el de neurotoxicidad (¡Ahora entiendes por qué no puedes aprender como esperabas cuando estás constantemente estresado!).
Otros efectos de la reacción constante de estrés, por ejemplo, son: elevación de los niveles séricos de glucosa por aumento en la secreción de hormona del crecimiento y glucagon; alteraciones menstruales en las mujeres, por aumento de la secreción de prolactina (CRH bloquea la secreción de dopamina, encargada de inhibir a su vez la secreción de prolactina, lo que suprime a la hormona liberadora de gonadotrofinas y provoca amenorrea); el aumento de cortisol también impide la secreción de hormona antidiurética con aumento de la diuresis.
En este nivel, vemos que se dan una serie de procesos fisiológicos, emocionales y cognitivos para tratar de salir de la situación de estrés lo más victoriosos posible; pero el esfuerzo es mucho y, de cualquier manera, hay consecuencias, como una disminución en la resistencia y el nivel de energía de la persona, una menor tolerancia a la frustración, malestares psicosomáticos, y un peor desempeño en general.
Finalmente, si el estímulo estresante no sólo se prolonga, sino que se repite de manera constante, podemos llegar a la fase 3, también conocida como etapa de agotamiento o colapso.
Hasta la fase anterior, el organismo seguía echando mano de todos sus recursos para restablecer su equilibrio (homeostasis); pero al llegar al agotamiento, la mente y el cuerpo han perdido su capacidad de adaptación. Entonces, se hacen evidentes afecciones y malestares que tienen que ver con esta respuesta sostenida de estrés (muchos de ellos relacionados con la secreción constante de cortisol), como: debilidad y atrofia muscular, fatiga crónica, predisposición a reacciones alérgicas, cefaleas constantes, alteración de la masa ósea (osteopenia u osteoporosis), hipertensión y otras alteraciones cardiovasculares; insomnio, susceptibilidad a infecciones oportunistas, desórdenes menstruales, alteraciones gastrointestinales (gastritis y colitis como algunas de las más frecuentes), alteraciones en el estado de ánimo (ánimo bajo, ansiedad, irritabilidad), fallas cognoscitivas (principalmente a nivel de concentración y memoria), problemas metabólicos (aumento de peso corporal y en la glucemia), disfunciones sexuales, entre otras.